viernes , 29 marzo 2024
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OPINIÓN: Que es ser COMUNISTA (Francisco D. Anguita

El orgullo de ser comunistacomunistas.

Ser COMUNISTA es la asunción de una posición de clase firme cuya meta es luchar por acabar con el sistema de explotación del hombre por el hombre (capitalismo) e instaurar la sociedad justa e igualitaria (Comunismo Científico) donde, no exista ni opresores ni oprimidos, ni ricos ni pobres; donde el fruto del trabajo social y colectivo satisfagan las principales necesidades materiales y espirituales, y, donde el soñar, crear y amar sea la gran realización del género humano.

Ser COMUNISTA es la convicción de la rebeldía consciente y con conocimiento contra este sistema de cosas injustas (capitalismo) que favorece a una minoría y, somete a la miseria y dolor a la inmensa mayoría del pueblo trabajador, mutilándole el principio de la creatividad y productividad del ser humano para su propia emancipación.

Quienes asumimos el comunismo como ideología y como teoría de la revolución social estamos convencidos de la inevitabilidad de la sustitución del capitalismo, sistema basado en la explotación y la opresión del trabajador, por otro donde desaparezcan ambas para dar paso a otro nuevo, sin explotados ni explotadores, basado en la justicia social, la igualdad, la solidaridad, la plena libertad: el socialismo.

Los comunistas obramos en la teoría y práctica de acuerdo con los objetivos que perseguimos. El que de palabra es comunista pero actúa como un canalla no es comunista.

Los comunistas no toleramos la explotación ni la injusticia.

Los comunistas odiamos toda clase de opresión y explotación. Odiamos a los opresores y explotadores.

Los comunistas somos marxistas, porque analizamos la sociedad y sus contradicciones bajo las ideas de Marx, no por fanatismo religioso, sino porque encontramos en ellas la posibilidad de entender como cambiarla, identificando a nuestros aliados entre los desposeídos, privados de libertad y explotados, y reconociendo a nuestros adversarios en quienes usufructúan del trabajo de otros y destruyen el medio ambiente, por el afán de lucro que les permite el derecho a la propiedad, los medios de producción y los recursos naturales.

Los comunistas nos organizamos para cambiar la realidad en base a principios como la disciplina consiente, la unidad de acción, la crítica y autocrítica, y el centralismo democrático, de manera de conjugar la libertad de opinión en la discusión para la construcción colectiva, con la efectividad en la acción de una dirección única y solida como el acero.

Los comunistas somos revolucionarios porque creemos que podemos y debemos cambiar la sociedad por completo. No es sostenible la vida en la tierra si no concebimos la propiedad, la producción, el desarrollo o la educación de una manera radicalmente distinta, no en base a lo que hay, sino en base a lo que debiera haber si realmente queremos el bienestar de todos y la armonía con la naturaleza.

No luchamos para mejorar este sistema, sino para destruirlo y reemplazarlo por otro al servicio de los oprimidos (mayoría social trabajadora). Luchamos por destruir lo viejo e injusto y construir lo nuevo y justo.

El medio para lograrlo es la lucha de clases del proletariado (clase trabajadora) y la violencia revolucionaria de este, clase antagónica de la burguesía, cuyos intereses generales y concretos asume el Partido Comunista.

Pero el dominio que ejerce la burguesía en la sociedad no se limita al ámbito económico; es también así en el terreno de la política, la ideología y la cultura. Lo nuevo que nace y está en desarrollo debe enfrentar, pues, una inmensa fuerza protegida desde el Poder estatal establecido, que nunca cederá un milímetro sin resistencia ni aceptará la pérdida de sus ventajas y privilegios.

A ello hay que sumar el imperialismo y su desbocado expansionismo que no tolera el derecho de los pueblos a la autodeterminación y menos a que se instale el socialismo.

La lucha es, pues, enconada y sin tregua. En todos los terrenos y en todas las formas. No pocos ceden a las ventajas que le ofrecen a cambio de la abdicación de sus convicciones, a la tentación de la torta burocrática, a los privilegios que les ofrece el capital, o se someten al chantaje y la represión. Resquebrajada su fortaleza ideológica todo lo demás vendrá por añadidura. Así surgen los oportunistas o los tránsfugas del socialismo.

El comunista no es tal por razones solamente éticas o morales, porque le indigna los abusos, la explotación o la pobreza. Sus convicciones nacen de la constatación de que el capitalismo no está en condiciones de resolver las contradicciones fundamentales que aquejan a la sociedad ni de satisfacer las necesidades humanas ni la preservación del medio ambiente. Que un mundo mejor y superior es posible. Marx advirtió con lucidez que el capitalismo creaba las condiciones materiales para ese cambio, pero también la clase social que la haría posible: el proletariado (clase trabajadora).

Asumir el comunismo es marchar siempre contra la corriente, someterse a riesgos y asumir una voluntad de entrega a un ideal justo sin pedir nada en recompensa personal. Entender la vida de una manera distinta a la que la entienden la burguesía o el pequeño burgués que se mueven por intereses personales.

No es, pues, fácil ser comunista. Como no lo es todo lo que significa cambiar la realidad económica y social. De un lado, porque existen fuerzas poderosas que buscan perpetuar lo establecido recurriendo a todos los medios: legales e ilegales, ideológicos y coercitivos, de presión o corrupción. Del otro, porque ser comunista equivale a cambiar él mismo, a dejar de lado concepciones, hábitos y tradiciones decadentes que vienen de atrás, a ir construyendo nuevos valores, estilos, métodos de trabajo propios del proyecto histórico que aspira construir.

El comunista entiende la política no como ventaja, como aspiración personalista o privilegio a ganar, sino como entrega a una causa justa al servicio del pueblo trabajador.

La política comunista es ajena a toda forma de oportunismo o arribismo.

Los comunistas encuentran siempre inmensas dificultades y retos, amenazas y reveses transitorios, o también trampas y cantos de sirena ofrecidos por el adversario para disuadirlo o corromperlo. Y nada hay más legítimo, noble y elevado que asumir sus banderas, que son las de la humanidad oprimida dueña de su destino, liberada de la explotación del hombre por el hombre.

 

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